Los imprecisos límites fronterizos distorsionan la percepción que se tiene sobre la gente y las cosas. Tierra de nadie, fértil para que crezcan ambiciones de quienes persiguiendo el dinero, terminan emborrachándose con el poder. João Aristides de Souza Netto, el protagonista de Un señor de la frontera, fue uno de ellos. Impedido de vivir plenamente y condenado a no morirse. Condenado a permanecer inválido el resto de sus días y a quien sólo le queda recordar. Una novela de aventuras que admite diversas lecturas, tantas como visiones podamos tener de la delgada línea que separa lo que está bien de lo que no. En las reconocibles calles del Chuy, a través de los años, se dan cita, entre otros, un próspero comerciante que fue flautista en la corte de Bagdad, un capitán del Ejército torturador y asesino, funcionarios públicos venales, una dama árabe tan dulce como las exquisiteces orientales que cocina, narcotraficantes, infaltables compradores de oportunidades y miríadas de niños semidesnudos y descalzos, pródigos en las artes del mal hacer para crecer.

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